Con el Mundial de fútbol a la vuelta de la esquina, el flujo turista hacia Rusia vivirá un repunte considerable, más teniendo en cuenta que es uno de los destinos más completos e interesantes que puedes disfrutar.
Desde la opulenta Rusia zarista, cuya herencia cultural queda patente en jardines y palacios, hasta la sobriedad comunista del Imperio Soviético y sus edificaciones de líneas austeras, pasando por la arquitectura bizantina, cuyo legado en las iglesias dota al país de una belleza singular, la oferta es cuasi inabarcable.
Los dos grandes símbolos de esta potencia mundial son precisamente Moscú, donde el patrimonio soviético se mantiene en pie a pesar del frenético ritmo que el capitalismo ha inyectado a la ciudad, y San Petersburgo, que desprende un aroma a nobleza y a magnificencia por todos sus rincones. Son las dos caras de la misma moneda y se pueden recorrer de manera sencilla y cómoda en un crucero fluvial a través del río Volga. Si quieres conocer de primera mano estas grandes urbes y saber qué puedes ver en Moscú y San Petersburgo, te recomiendo que sigas leyendo con antelación.
Moscú.
Rusia es el país más grande sobre la faz de la Tierra y su capital no le va a la zaga. La extensión de Moscú es mayúscula, tanto que resulta inabarcable, llena de monumentos de una belleza y un simbolismo evidente. Como la Catedral de san Basilio y sus coloridas cúpulas que brillan con luz propia dentro de la gran Plaza Roja.
La enormidad de Moscú se refleja de manera nítida en su tráfico, alrededor de cinco millones de coches pueblan todos los días las carreteras en una ciudad que cuenta con doce millones de habitantes. Y su transporte público alberga la joya de la corona. Y nunca mejor dicho porque el metro de Moscú es parte del interés turístico de la ciudad. Aunque los que desconocemos el alfabeto cirílico no podamos dar un paso sin un guía, las estaciones de metro no entienden de lenguas, son de una belleza universal. Es por eso que el “Palacio del Pueblo” es un auténtico museo bajo tierra. No te asustes si tienes la sensación de que las escaleras mecánicas son infinitas, durante la época de la “coexistencia pacífica” y carrera armamentística se hicieron más profundas las secciones para utilizarlas de refugio nuclear. Cosas de la Guerra Fría. El barroquismo de sus estaciones, trufadas de lámparas de araña, asombrosos mosaicos, columnas y arcos, choca con los símbolos de la época soviética y su glorioso pasado.
Una vez a pie de calle, podrás observar como el río Moscova divide a la vez que sirve de eje para la ciudad. A un lado, una fortaleza carmesí repleta de palacios y catedrales ortodoxas de resplandecientes cúpulas doradas en su interior: el Kremlin es el escenario del que emana el poder, político y religioso. La Gran Madre Rusia tal cual, en mayúsculas.
Fuera de sus murallas, te aguarda la Plaza Roja con la Catedral de San Basilio como guinda del pastel. Una belleza poderosa que sirve de imán para los turistas que sienten la necesidad de comprobar si el cromatismo que despliega es tan magnético como en las fotos. Y sí, lo es. El Mausoleo de Lenin y la sombría figura que alberga, el Museo Estatal de Historia de Rusia y la catedral de Nuestra Señora de Kazán completan el valor artístico y cultural de la Plaza Roja.
Sigue el curso del río y te toparás con la Catedral del Cristo Salvador, un claro ejemplo de los avatares que ha vivido Rusia a lo largo de su historia. La revolución bolchevique llegó con malos augurios: el régimen de Stalin decidió tirar abajo la Catedral para construir el Palacio de los Soviets en su lugar, pero éste último nunca llegó a construirse. La Segunda Guerra Mundial paralizó el proyecto y ya con Yeltsin en el poder, se decidió reconstruir la Catedral.
Si la historia reciente y la carrera espacial son una de tus pasiones, no te pierdas el Museo de la Cosmonáutica, que recopila todos los hitos de la URSS en ese campo, o el centro Panruso de Exposiciones, lleno de motivos comunistas.
San Petersburgo.
Siglos de historia rusa se encuentran grabados a fuego en la piel de San Petersburgo. Fundada por el zar Pedro el Grande, que la levantó de la nada, la ciudad ha resisitido revoluciones, guerras e inundaciones, ha sufrido la desigualdad encarnizada entre la nobleza y las clases populares, que morían de hambre y ha conseguido mantener su halo señorial y el esplendor de sus calles, canales, palacios y plazas para convertirse en el epicentro artístico de Rusia.
Lo primero que te recomendamos es que pasees por la avenida Nevski, principal arteria de San Petersburgo y que puedes recorrer entera partiendo desde la estación de ferrocarril Moskovsky, cruzando los principales canales hasta llegar al río Neva. Su arquitectura pertenece, mayoritariamente, a los siglos XVIII y XIX y al deambular por su acera te darás de bruces con multitud de tiendas, restaurantes, teatros y hoteles. De todos ellos, destacan el Mijaílovski, de ópera y ballet, y el museo de Arte Ruso.
En junio el sol no abandona en ningún momento la ciudad, en lo que se conoce como las “Noches Blancas”.
La avenida está repleta de tiendas, restaurantes, teatros y hoteles. La arquitectura es preponderantemente de los siglos XVIII, XIX, aunque hay también muchos edificios construidos en el siglo XX. Desde la Nevski se accede a la plaza de los Teatros, en donde se encuentran el Mariinski y el Mijaílovski, de ópera y ballet, y el museo de Arte Ruso. El Mijaílovski es el segundo teatro en importancia de San Petersburgo después del célebre Mariinski.
Yendo por la avenida Nevski en dirección hacia el río, inmediatamente después de pasar el canal Moika, en el lado derecho de la avenida, está el conocido café que lleva el nombre de Alexánder Serguéievich Pushkin, el más grande poeta ruso de todos los tiempos. Degustar sus exquisitos platos en un ambiente dieciochesco, escuchando romanzas rusas, es una de las citas obligadas.
Avanza un poco más y seguro que oteas el arco del Estado Mayor (inmortalizado en la película Octubre del cineasta soviético, Serguéi Eisenstein, en una de las escenas del asalto de los bolcheviques al Palacio de Invierno), que tienes que atravesar para llegar a la Plaza del Palacio donde se haya el Palacio de Invierno, o casa de los zares, que hoy en día se ha reconvertido en el museo del Hermitage. Residencia de muchas obras de los grandes de la pintura europea: Goya, Velázquez, Rubens, Monet, Matisse, Picasso, Kadinsky,… Una colección que apabulla.
Justo en la orilla de enfrente, tienes la Fortaleza de San Pedro y san Pablo, en la que se encuentran las tumbas de todos los zares rusos desde Pedro I. Y a escasos metros tienes la iglesia del Salvador sobre la sangre derramada, uno de los monumentos más bellos de la ciudad. Termina la jornada asistiendo a un espectáculo de ballet u opera en el teatro Mariinski para redondear un viaje grandioso.
Y así, tras una inmersión a fondo en las dos grandes capitales de Rusia volverás a tu casa con la sensación de haber recorrido siglos enteros de la historia más vibrante de Europa.